Bersuit Vergarabat: una nueva mirada sobre la argentinidad al palo
Una pasante de Clarín, alumna de la Universidad de Columbia, fue a cubrir el show de la banda, que festejaba los 25 años del álbum «Hijos del culo».¿Que la asombró? El pogo de cincuentones, las panzas cerveceras, los músicos canosos y los cantos anti Inglaterra y anti Milei.
Mi primera asignación como pasante de Clarín es cubrir el recital de Bersuit Vergarabat desde el campo. Casi se siente como un rito de iniciación, una novatada para esta joven rubia estadounidense.
Un gimnasio de secundaria reciclado en sala para show, el espacio del microestadio de Ferro está forrado con un aro de básquet, un retrato borroso y solemne de un entrenador ya fallecido, una docena de instrumentos y micrófonos reposando en el escenario y médicos equipados con cascos. Me quedo pensando si los cascos son parte del uniforme habitual, o si son una precaución específica para lo que se esperaba esa noche.
En celebración del vigésimo quinto aniversario de Hijos del culo (2001), el público se conforma mayoritariamente de hombres de mediana edad con gorros de lana y anteojos gruesos. El único adolescente que veo usa pantalones de pijama a cuadros azules, un premonitorio detalle. Sus amigos lo encuentran entre la multitud, gritándole un largo “boluuuudoo”. No faltan porros.
Entre palmas y silbidos, se abre paso el primer cántico: “El que no salta es un inglés”. De pronto, todos saltan en su lugar, agitando sus brazos en lo que sólo puedo describir como puñetazos abiertos. Voces unísonas reclaman a la banda: “¡Ber-suit, Ber-suit!”.
Una hora y media después del horario programado para el inicio, comienza un video en la pantalla titulado “25 años atrás”. Termina, y vuelve a empezar. Aparecen los músicos: una tropa de hombres canosos, enfundados en pijamas tartán, como salidos de aviso de la marca Old Navy. El público explota en aplausos.
Todo parece estándar, casi inocente. De repente, se instala un aire de urgencia, una catástrofe invisible e inminente. La gente ajusta sus abrigos y miran alrededor con nerviosismo, como una fiesta donde los padres volvieron temprano, y quedan 30 segundos para esconder las botellas de licor y los cigarrillos. Las parejas se agarran fuerte. Recuerdo que mi editor me advirtió que fuera con alguien alto y robusto, y los cascos.
Con la caída del pulso, formamos una masa descontrolada que se arremolina, se choca, se levanta, y se deja caer con una violencia rítmica. Hombres de cincuenta años con panza cervecera saltan como si tuvieran veinte. Me convierto en una pelotita de pinball humana, saltando de un lado al otro. Todo esto sucede bajo visuales que parecen sacados de un mal proyecto de iMovie, con filtros cian sobre videos semi-transparentes de los artistas.Bersuit Vergarabat festejando los 25 años de «Hijos del culo», en el Microestadio de Ferro. Foto: Martín Bonetto
Entre cumbia, rock, murga y chacarera electrónica, el show se despliega en toda su magnitud y variedad. En algún momento, pienso que este sería un show perfecto para un viaje psicodélico.
Una leve pausa
Un respiro llega con una balada. La pantalla se inunda de constelaciones celestes, y las parejas se abrazan de verdad, sin alarma ni código de emergencia. Minutos antes éramos una flota de barcos descoordinados; ahora, nos movemos en un solo balanceo oceánico.
El concierto es Argentina en estado puro, homo argentum de principio a fin. Hay homenajes a Maradona y Messi. Se siente un marcado aire indiscutiblemente sectario, como muchos –si no todos– eventos argentinos. Y, con una pijama de seda y plumas, Lali Espósito hace una aparición especial.
En una onda sentimental y campestre, la estrella pop se junta con Dany Suárez, uno de los cantantes principales del grupo, para cantar El viento trae una copla. La noche se llena con invitados: David Gaudiosi, un músico de 24 años que completamente parte el fueye, el rapero Willy Bronca, violinista Javier Casalla, un coro de tres hombres y tres chicas que, por supuesto, son pelinegras con microflequillo, y Beto Olguín de Los Pérez García, con sombrero tejano y abrigo plateado, a quien evidentemente olvidaron avisarle que el código era “viernes casual”.Euforia, en el show de Bersuit Vergarabat en Ferro. Foto: Martín Bonetto
El show está cargado de crítica política explícita, tanto desde el escenario como del público. Cantan “el que no salta voto Milei” y riman basura con dictadura, mientras la banda levanta una bandera amarilla con letras negras que dice: “¡La salud pública NO se vende, se defiende!!”.
En un punto alto de la noche, arranca La bolsa. El campo se convierte en una olla a presión, burbujeando al grito del estribillo. Los músicos anuncian que recién vamos por la mitad, y me convenzo de que tal vez no sobreviva la noche. Mientras tanto, las visuales se oscurecen: carne podrida, animales famélicos, vísceras en rotación. Cambio de idea: definitivamente mejor sobria.
Luego, la banda juega a la nostalgia. Dicen que antes levantábamos encendedores, pero ahora se levantan las linternas del celular, y que no debe faltar el fuego verdadero. Así, aunque predominan las luces frías típicas de los iPhone, algunos destellos anaranjados devuelven un calor perdido.La cronista de «Clarín», en una foto del campo, en el show de la Bersuit.
Cuando el show se acerca a su cierre, siento que he corrido una maratón. Me fijo en mis botas de vaquera destrozadas, joyas arrancadas y costillas moradas. Entre abrazos y aplausos, la multitud vuelve al cántico inicial: “el que no salta es un inglés”. Sin duda, salto.